Hace algunos días, impulsado por
mi creciente afán por enviar cartas y un arrebato de romanticismo, decidí ir a
la oficina de correos postal de Leuven para enviar una copia física de una
carta escrita a una amiga. En una ciudad en la que como estudiante, tengo
acceso gratuito a Internet en casi cualquier punto de la ciudad, consideré el
paseo hacia la oficina de correos como una visita turística. Una vez en la
oficina, la trabajadora de la oficina de correos cumpliendo con su honroso
trabajo amable y diligentemente pesó en la báscula los seis folios y el sobre
reciclado del ayuntamiento con el nombre de mi amiga en el anverso (por
ahorrarme el dinero del sobre), asegurándose que algún gramo en exceso no iba a
suponer un cargo extra. Fue una no demasiado agradable sorpresa para mí saber
que enviar una carta de Bélgica a España me iba a suponer 1.17€. Tras tanto
período digitalizado se me habían olvidado los precios de las antiguas
reliquias de la era pre-Internet, como por ejemplo, lo que cuesta enviar una
carta por correo postal. Mi cara de sorpresa al conocer la cifra provocó una
cierta mirada de extrañeza en la funcionaria. Yo, persona excesivamente
expresiva y deplorablemente educada, con mi pésimo acento y cometiendo infinidad
de faltas gramaticales y léxicas le miré con asombro y le pregunté:
-
1.17
Euros?? To send one letter?? To Spain ??
La extrañeza de la trabajadora de
sueldo mínimo belga superior a los 1.700€ al mes se multiplicó viéndose
obligada a contestar a tamaña obviedad.
-
Yes,
of course. One euro, what is one euro? It
is nothing. Even, 10 Euros… It’s nothing.
Me atropellé por las prisas
cuando le manifesté, con excesiva prontitud e indignación, sus enormes
dificultades para entender mi situación. Respirando ventralmente, contando
hasta tres y olvidando la semana de comer arroz que había pasado, más calmada y
educadamente, le intenté explicar que, desde mi punto de vista, era comprensible
que su situación hacía un tanto difícil entender que para un estudiante
universitario en un país de mayor riqueza un euro, en ocasiones, marca una
seria diferencia, y diez, más. La respuesta correcta, que como en toda buena
discusión llega tomándose un café unas horas más tarde, hubiese sido pedirle
amablemente, si por favor hubiera podido aportar aquella ínfima cantidad de su
propio bolsillo. Algo que teniendo en cuenta la generosidad y el
desprendimiento belga es extremadamente improbable. Ella, no demasiado
convencida continuó haciendo su trabajo. Yo, que entre tantos otros defectos tengo
el gran fallo y vicio de la verborrea y la pedagogización, pues creo que evitar
la confrontación con un sólido razonamiento es más efectivo, le continué
explicando que la información contenida en una carta puede ser transmitida por
correo electrónico a través de Internet de manera gratuita e instantánea. Entonces,
y ahora sí, la trabajadora de la oficina de correos remató la jugada.
-
Yes, yes!! Internet!! Is expensive!!
-
Expensive?!?!?!
Mi cara se transformó en un cúmulo
de expresiones de incredulidad y pasmo. Incluso habiéndome convertido en un acérrimo
enemigo de Internet y de la era de la inmediatez, hay ciertas afirmaciones que
me cuesta digerir… Decirme que Internet is expensive… Recuperando la serenidad
y con paciencia. Utilice un poco de mi razonamiento occidental para explicarle
mi parecer.
-
Well, supposing
that an average price for the Internet is 30€ per month, could be, no? More or
less? Right? Okay. In one month, how many letters can I send? (La mujer
utilizo su veloz cálculo mental para echar unas pocas cuentas aritméticas.) Where?
Ahora sí, cayó en la cuenta.
-
Well, that’s true. Yes…
Le deseé un buen día y me marché
de la oficina de correos sabiendo que probablemente sería la última carta
postal que mandaba de manera voluntaria y espontánea.
Soy consciente de que Internet ha
destrozado y sigue destrozando el romanticismo de la paciencia y la espera, así
que como muestra de arrepentimiento y petición de disculpas, le rendiré un
breve homenaje a los pequeños y colosales actos de romanticismo del siglo XXI,
añadiendo un poema a la enormidad de
información contenida en Internet. El poema firmado por Fernando del Val se
encuentra recogido en el libro Orfeo en
Nueva York. Si hubiese puesto el poema al principio de la entrada del blog,
me habría ahorrado unas 800 palabras de innecesaria información, pues considero
que la situación descrita está perfectamente recogida en la interpretación
personal que hago del poema. No estoy seguro si en esta historia soy King Kong,
el usurero, o ambos, al menos está vez, aunque haya muerto matando, envié la
carta.
king kong cayó en la cuenta
que estaba sumando un usurero en
plena calle
aplasto los números y lo aplastó
a él y zanjó toda posibilidad venidera
de amor
murió matando
(del Val, Fernando, 2011)
Referencias
del Val,
Fernando. (2011). Orfeo en Nueva York. Editorial DIFÁCIL.