MODO
AVIÓN
Despegando.
Ensordecen las insidiosas formalidades . ¿Pido que lo quiten? No, que
me aburran.
Quiero
volar, quiero grabar un video con tinta de una realidad que no asimilo: vuelvo
a casa.
Estoy
volviendo a casa. Por un periodo extrañamente corto, puesto que regreso en un
mes. Ni completos reencuentros ni completos adioses.
Pero
esta literaria aventura que empezó en Budapest; en aquella Tér, Florian Tér, de
cielo gris, infinitamente cuadrada y verde, fría y vacía, llena de un merecido,
obligado y necesario dolor; no necesariamente ha de acabar aquí. Puede que
continúe hasta que mis embotadas neuronas o mi jadeante corazón decidan que ha
sido suficiente lo vivido y que has de dejar lugar a una nueva vida, a un nuevo
mundo.
Desconoces
lo que queda de tu indescifrable caligrafía, pero intuyes lo que pesan tus
intenciones y recuerdos por perder. La responsabilidad de llevar un paquete que
contiene una vida y sus mil retratos. Tremendo suicidio contratar una compañía
de paquetería. Son solo palabras pensarán algunos, no se ha muerto nadie.
Tendrán razón, o se habrán muerto miles de momentos en soledad, sacrificados y
por sacrificar. Perdidos y por recuperar.
Vuela
amigo mío, vuela. Despega y admira.
Tu
droga y tu perdición es no ser capaz de mirar a través de la ventana y al
cuaderno a un tiempo. Porque la luz oscurece la realidad e ilumina lo divino.
La
divinidad de un ser infinito abrazado por humildes nubes. Hablando de inmensidad, se dijo atravesando las nubes. Soñaré con el vacío si cierro los ojos,
cuando se encontró en el limbo. Y aquel anuncio de perfumes cuando divisó un
horizonte de inimaginable blancura y etérea esponjosidad le recordó que lo
eterno no es para siempre. El ser humano nunca se imaginó que llegaría tan alto
presumiendo de estar tan abajo. Igual que se llega tan abajo, cuando se presume
de estar arriba. Sin causas ni consecuencias, solo resultados, solo producto.
Le
escuchas sollozar los balbuceos de tu nombre. Rompe tu vestido para acurrucar
a un bebe cuyo llanto pertenece a un lugar ya perdido.
Que
llegue el miedo y con voz profunda y cavernosa destruya este artefacto. Aunque
me hagas la colada, Esther, mis ropas no descansarán contigo.
Dormido
pero en guardia, con el boli de la mano.
Que
irrealidad despertarse en un avión.
Lo
sagrado y lo divino, como el asombro perdido de la primera vez que viajaste en
avión, también se acaban. El final de lo eterno. Y despiertan los commuters
tras su infinita vulnerabilidad y hacen como si no hubiera pasado nada.
Despreocupados, se ponen a leer la revista que abandonroan los azafatos sobre los asientos.