En una ciudad que
espera, cuando se espera, y para no desesperar, pocas cosas se pueden hacer
mejor que escribir.
Quizá se merezca el
título de un blog, pero soy una persona modesta y muy procrastinadora, así que
por ahora denomino el post. El resto, lo
haré más tarde.
Yo que de olivos
solo conocía el de la Plaza Fuente Dorada de Valladolid, acabo rodeado por los campos de Jaén, donde el desayuno
autóctono es una tostada de aceite y tomate.
Mis tres días en
Jaén se han pasado volando, exceptuando la parálisis
de 3 a 5 de la tarde. El soponcio ataca en el sur y los andaluces,
desarmados, en vez de enfrentarse a él, se abaten ante la caló. Los centros
comerciales saben mucho de imagen, y desde que les echaron la bronca, Jaén dejó
de ser la única ciudad de España que cerraba el Corte Inglés a mediodía. Porque
en una ciudad de 110.000 habitantes es posible ponerse de acuerdo para que se
cumpla a rajatabla “el yoga andaluz” del mediodía, (denominación de un profesor
de la disciplina).
Mucha gente, en un intento de escapar del sofá, se encierra en la calle. Pero supongo que se arrepienten, porque de 15.45 a 16.15, las calles parecen desiertas. Los africanos del top manta, que imagino que como yo no saben muy bien adonde han ido a parar, son los únicos que, mal que bien, siguen trabajando a la sombra de los parques. Un poco más tarde, cuando la vida vuelve a nacer en la ciudad, es posible ver a adolescentes gitanas sujetando a un bebé a pulso, mientras le ofrecen sus sobrecargados pechos. Reflejo de una realidad socio-demográfica.
En cualquier caso,
yo vine aquí para buscar piso. Mis heridas en las rodillas debidas a una
reciente caída en moto y un tranvía
fantasma hicieron la tarea un tanto más complicada de la cuenta. Jaén es
una ciudad que da lecciones de ciudadanía. Observar el césped artificial entre
los raíles, relegado a servir de plaza de aparcamiento y recogedor de colillas
y arena; las paradas que funcionan como tablón de anuncios; y las señales de
tráfico donde se puede ver lo más parecido a un tranvía en la ciudad, me han
enseñado todo el trabajo que hay detrás de cada plan municipal. Y sobre todo,
el equipo de responsables que lo respalda. Estarán orgullosos por ganarse el galardón
de ciudad de raíles sin vagones.
Yo ya fui advertido,
“Aquí, esto funciona más como un pueblo
que como una ciudad.” Cada llamada de teléfono solía desembocar en una
conversación más o menos similar a esta:
-
¿Me podría dar la dirección del
piso para pasarme a verlo?
-
Si, claro. Tú has estado en Jaén, ¿no?
-
Pues la verdad es que…
-
Sabes dónde está el Burguer King,
¿no? Pues ahí, ves una calle muy grande que tira pá bajo.
-
Tengo un mapa. Si me da la
dirección, yo llego.
-
Pues bajas la calle y llegas hasta
una tienda de lámparas. Ahí un poco más alante, giras a la derecha, y ya estás.
-
Si me dice la dirección me es más
fácil.
-
Pero si está justo ahí, donde de
la tienda de lámparas.
-
Me puede dar la dirección, ¿por
favor?
La sinceridad
andaluza es fehaciente, y los anuncios
no traicionan. Se me presenta romántica la escena: una pareja que sumará
algo más de 130 años delante de una pantalla de ordenador luchando por
adaptarse al estrépito de los nuevos tiempos. Casi, hasta puedo oír los diálogos
que tienen lugar durante la inocente redacción de los anuncios.
-
Marí, ¿qué más ponemó?
-
Pues que está en muy buena zona, que
tiene todos los muebles…
-
Vienen a estudiar, ¿no? Pues que
tiene buen ambiente de estudio.
-
Sí, sí. Que eso a los chiquillos
les gusta.
Los jiennenses no,
pero mis propósitos de inicio de curso me traicionan. Andaba buscando una
habitación más o menos grande para poder hacer work-out por las mañanas, y me
generó bastantes dificultades al encontrarme con que la mayoría de los pisos se
encuentran completamente amueblados.
Que no se enteren
los diseñadores suecos del IKEA que en Jaén siguen en pleno funcionamiento las
redondeadas mesas camilla de la
dictadura. Lo que fueron bendiciones en tiempos de escasez de recursos y
abundancia de espacio, se presentan como sacrilegios en tiempos de abundancia
de recursos y escasez de espacio. En verano hace calor, y en invierno hace
frío; y no hay nada como juntarse alrededor del brasero a calentarse las
piernas, porque hace 50 años, no había calefacción.
De piso en piso se
me cayeron los apósitos de las heridas, y decidí ponerme un poco de crema
hidratante para evitar el sol y la sequedad. Encontré un centro de salud, y bendije un fabuloso sistema sanitario en
agonía. Entré en el recibidor y me recordó el zoco de la antigua ciudad de Fez.
El hombre que me atendió no tuvo ningún reparo en blasfemar mientras adivinaba
los diminutos números de mi DNI.
-
Pero, ¿qué pone aquí?
-
Uno, dos, cinco, dos…
-
¡Jodé con el Wassá este! ¡Tol día sonando!
-
¡Pues apagaló! ¡Que luego te llega
tó los mensaje a la vé!
-
No, ¡si es mi cuñá que no deja de
enviar chorradas al family este!
Sin duda, tanto
como la hospitalidad, el humor y la
espontaneidad de los andaluces es incomparable. Sus complicaciones las
crean estos tiempos modernos, donde las nuevas tecnologías nos hacen perder el
tiempo, y nos obligan a aprender anglicismos. Afortunadamente, y con alguna que
otra irregularidad, conseguí que me asignara un médico para realizarme las
curas.
-
Bueno… Esto lo mejó es echar yodo
y que se seque al aire.
-
Preferiría que me lo tapara con un
apósito.
-
¡Qué va! Esto se cura solo…
-
Llevo una semana intentando que no
se seque…
-
Bueno, como quieras…
Mis expectativas de
éxito se reducían drásticamente mientras observaba como la nívea evitaba que el
pegamento se adhiriese a la piel.
-
¿Cree usted que aguantará mucho?
-
¡Qué va! Esto se te cae en cuanto
llegues a la calle.
Empleando los
anglicismos que tan bien dominaba el hombre de recepción, se podría decir que
el médico pecó de overconfidence, ya
que su quick fix duró hasta la puerta
de la consulta. Yo me eché a reír.
Así es Jaén, o por
lo menos, lo poco que pude ver en tres días.
No me afectan ya
las caras despectivas de extrañeza y sorpresa cuando me ven escribiendo,
sentado en el suelo y descalzo. Y es que el chaval del turbante azul para
aguantar la solana, y los pantalones arremangados para no rozarse las heridas lleva
todo el día caminando. Además, después de haber estado en tanto sitios, a uno
no le importa lo que piense los jiennenses cuando le ven echarse crema en las
quemaduras en medio de la estación de autobuses. Por
supuesto, de 3 a 5.
¡Jaja!!!..muy bueno Carlos, mucha claridad en tu visión de Jaén y de los giennenses siendo un forastero recién llegado intentando sobrevivir en las horas del "plomo estival"...un virtuoso recurso sacado de tus sombras...¡¡enhorabuena!! ...por lo demás a estas alturas ya sé (con certeza) que muy bienvenido por tod@s estas siendo...un abrazote, Leo
ResponderEliminar